Luego de 50 años...
Nadie sabe quién soy, nadie me conoce, a nadie le importa...
¿Fue solo ayer? Decirlo: lugar común. Con mis compañeros, jovencitos y llenos de temores e ilusiones inicié el escabroso camino de la medicina, ese que nunca termina.
Largas jornadas aprendiendo las bases de la profesión; noches en vela memorizando y recordando un nuevo código de palabras, nuestro idioma. Lacerante dolor de no poder hacer nada ante la enfermedad y la muerte, mucho más fuerte que nuestras escasas fuerzas.
La muerte, ese incómodo personaje al que deseamos ignorar, siempre rondando las salas hospitalarias. Vemos morir hombres, vale decir, a nosotros mismos, pues en realidad, es a quienes vemos morir. "Si puedes curar, cura; si no puedes, alivia; si no puedes aliviar, consuela".
Luego de un concurso de credenciales entré como interno en el Hospital Vargas de Caracas, corría el año 1961. Y desde entonces, allí he fijado mi querencia.
La palabra jubilación no existe en mi diccionario. A pesar de la mala vida, jubilarse del hospital porque está viejo y disfuncional, sus pacientes y sus estudiantes, es renunciar a la vida, y la vida sin vida no es vida.
Veo doquier el desgaste y la destrucción infligida por sus propios hijos; si no han colaborado para matarlo al menos han contribuido con su indiferencia.
Es duro entrar cada día al hospital que ya no te recibe con afecto; el portero no contesta tus buenos días, puesto allí para entorpecer, no para ayudar al dolido.
¡Dí la vuelta y entre por la otra puerta!, le dicen a una viejita bizcochuda. Dadle poder a un hombre y verás de qué está hecho.
El sufriente pregunta por mí. Ese señor no trabaja aquí. Es la respuesta. Nadie sabe quién soy y luego de cincuenta años, nadie me conoce, a nadie le importa...
Es difícil consolar cuando el consuelo no nos alcanza a nosotros mismos.
rafael@muci-com, rafaelmuci@gmail.com
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Opinión, 3:8
sábado 06 de marzo, 2010
Rafael Muci-Mendoza
El Vargas son todos...
Se acercan tiempos de ajuste de cuenta, doctor Vargas. ¡Que Dios le bendiga en su día!
Desperté de un horrible sueño. La falla de Humboldt tronaba solidaria con otras fallas. Había ocurrido el tan anunciado terremoto de Caracas. Todo era caos. Aunque se derrumbaron todos los ranchos insalubres del cinturón de miseria, parece que no hubo daños mayores, pues el catastrófico ya lo había realizado el gobierno chavista.
Desperté sudoso, aterrorizado y taquicárdico. ¿Cómo no estarlo? No por sorpresa nos agarró. El Niño otra vez... Los hospitales públicos, entre ellos mi respetado Hospital Vargas, a diferencia de la epidemia de cólera de 1854 donde jugó rol protagónico, no fue invitado.
La ausencia de quirófanos, la languidez de sus salas y la falta de un relevo generacional, lo mostraban como centenario discapacitado. Otros centros del país, destruidos también por la incuria gubernamental y sus rapiñosos ejecutantes, tampoco pudieron ayudar, ni siquiera aquellos insignias del chavismo, como el Hospital Universitario de Caracas o el Hospital Militar; tal sería la poquedad de sus reservas.
A los 224 años de su nacimiento, el próximo 10 de marzo, en lo alto de su pedestal pude ver en su estatua al sabio Vargas enjugando una lágrima… Ahora cambiado por el Che o por España, pues la dictadura odia la sabiduría, y por envidiar el trabajo fecundo, no lo toleran y lo destruyen. En alianza con los ancianos Castro, pozos de degeneración moral, no hablan cuando el negro Orlando Zapata fallece por inanición en una cárcel isleña; único delito: disidencia. Algo parecido al ¨show mediático¨ de Franklin Brito, condenado a prisión en un hospital donde muchos médicos habríamos renunciado en masa para no ser reos de cargo en la muerte de un inocente.
Se acercan tiempos de ajuste de cuenta, doctor Vargas. ¡Que Dios le bendiga en su día!
rafael@muci.com, rafaelmuci@gmail.com